Por Enrique Tonelli
Esta es una historia real. Tengo 40 años, y soy de
esas personas que tienen al sexo presente en cada momento de su vida, o sea que
en mis relaciones con los demás, siempre busco y encuentro algo que lo
relacione con el sexo y se hace todo mucho más placentero. Al poco tiempo de mudarme
a otro departamento en el barrio de Belgrano en Buenos Aires, fui nombrado en
el consejo de administración del edificio. Ese cargo lo compartía con dos
mujeres maduras. Una de ellas, Blanca, era demasiado mayor y para ser honestos
no tenía ningún atractivo. La otra, Patricia, era menor y aunque siempre iba
sin demasiado arreglo, se veía que por debajo de esa apariencia escondía
algunos encantos. Nos reuníamos un día de la semana a la noche en casa de
Patricia, generalmente, y yo empecé a percibir como ella con cualquier pretexto
se sentaba cada vez más cerca de mí y hasta me rozaba con la mano o la pierna
en cada ocasión que se presentaba. Al principio yo no prestaba atención a estos
detalles, pero poco a poco fue despertándose en mí ese conocido cosquilleo que
nos produce la sensación de advertir estos gestos y empezar a provocarlos y
disfrutarlos en silencio. Me olvidé de decir que yo vivo con mi actual pareja y
que Patricia era divorciada y vivía con su hija Gabriela de 15 años. Si bien al
principio me molestaba bastante esto de las reuniones, con el tiempo empecé a
convocarlas yo, y así poder avanzar cada vez más con el asunto. Un buen día, o
mejor dicho una buena noche, terminamos de hablar los temas del edificio y
Blanca se marchó. Yo me demoré un poco (ahora ya premeditadamente) y Patricia
me ofreció otro café que acepté. Estábamos tomándolo cuando me dijo que tenía
que hablarme de un tema muy personal. Dio algunas vueltas y al final me confesó
que temía por la iniciación sexual de Gabriela, su hija adolescente, y que
había fantaseado con la idea de que su hija conociera a una persona madura que
la iniciara en la vida sexual sin los traumas o malas experiencias que otro
adolescente inexperto o poco comprensivo y cariñoso podía causarle. Después, no
sin antes advertirme que pensaría que estaba loca, me confió que le gustaría
mucho que yo asumiera ese papel. Admito que la propuesta me inquietaba
bastante, pero al mismo tiempo me empezaba a poner muy excitado pensando en la
muchacha, que no está demás decirlo, tenía un cuerpo verdaderamente
inquietante, con pechos turgentes, caderas que ya empezaban a insinuar curvas
muy excitantes, piernas torneadas y un culito que cuando usaba pantalones,
hacía dar vuelta a más de uno por la calle. A todo eso, debe agregarse que yo
había encontrado varias veces a Gabriela en el ascensor y en uniforme escolar.
Muy desenvuelta, con cara inocente y cierta malicia ante un señor que podría
ser su padre o sea yo, cierta vez quejándose del calor reinante levantaba un
poco su pollerita y la sacudía ventilando el aire y esparciendo un aroma que
mezclaba el de su piel, sus zonas más íntimas y el perfume que usaba, y que al
mismo tiempo dejaba entrever sus muslos justo hasta el borde de una pequeña
bombachita que ocultaba muy poco los bordes de sus labios vaginales
florecientes. Por todo eso yo ya estaba muy caliente y casi sin darme cuenta
estaba tomando a Patricia de la mano, cuando ella me miró quizá adivinando todo
y con una miradita entre cómplice y excitada también por la idea me insinuó que
lógicamente, ella tenía que conocerme mejor. Creo que se refería a otras
cuestiones como la personalidad, costumbres, y otras tonterías, pero yo ya
estaba lanzado y soltando su mano deslicé la mía por debajo de su pollera hasta
tocar el elástico de su bombacha. Ella estaba callada y hasta un poco
sorprendida por mi decisión, pero no solo dejó hacer sino que esa fue la señal
muda para que continuara, y así llevé tres dedos por debajo de la prenda hasta
tocar los pelos que cubrían justamente la entrada de su vagina, que ya estaban
bastante húmedos. Indudablemente, los años de divorcio habían pasado en veda,
así que Patricia prometía un muy buen momento. Deslicé uno de mis dedos y lo
introduje directamente en su vagina, despacio, sintiendo los pliegues mojados,
el clítoris, y la línea descendente hasta su culito que estaba ahora sí toda
bañada de sus flujos. Patricia empezó a respirar entrecortadamente y echó la
cabeza hacia atrás en clara señal de que estaba preparada a gozar con todo
aquel momento. Con suavidad saqué mi mano de su entrepierna, me abrí el
pantalón, y coloqué su mano sobre mi pija que obviamente ya estaba bastante
dura y palpitante, y esperaba el mágico contacto de la mano femenina para estar
a tope. Mientras ella me acariciaba el capullo y comenzaba una lenta paja, yo
empecé a lamer y mordisquear sus pezones que como pensaba, estaban ocultos
debajo de la ropa y eran mucho mejores de lo que podía verse. Lentamente nos
paramos y fuimos a su habitación, ella se tiró sobre la cama como estaba, con
el corpiño levantado y sus tetas al aire, la bombacha bajada a media pierna y
la pollera apenas cubriéndole los pelos del pubis, o sea, una imagen excitante
y tentadora a todos los vicios imaginables. Con suavidad le abrí las piernas y
me dediqué a darle lengüetazos en la vulva y el culo, acompasados y profundos,
mientras con una mano jugueteaba con sus pezones absolutamente parados y duros.
A esta altura yo había olvidado que la intención de Patricia era cruzarme con
su hija, pero después me daría cuenta que ella había calculado que Gabriela
podía llegar en cualquier momento. La calentura del momento hacía crecer mi
morbo e imaginación, así que no quise limitarme a empalmara y nada más, por lo
que empecé a arrimar mi pija hasta el borde de su culo y lo apoyé firmemente.
Le pedí crema para el cuerpo, porque sus flujos no alcanzaban a lubricar
convenientemente la entrada de su hermoso culo, se levantó, fue hasta el baño y
volvió con el pote. La lubriqué bastante y empuje de a poco. La pija me dolía
más por la calentura que por la presión de su esfínter, pero sin pensar en nada
más hice presión y penetré bastante en su caliente ano dando bombazos que
hicieron que no pudiera contener un aluvión de leche que se venía. Ella se dio
cuenta y con suavidad pero rápidamente se dio vuelta, tomó el miembro con las
dos manos, se lo llevó a la boca, y con algunas pocas chupadas hizo que me
viniera en una forma increíblemente gustosa dentro de su boca, mamándose la
leche de a tragos y pasándose la lengua por los labios para terminarse hasta la
última gota. En eso escuché al final del pasillo unos pasos, era Gabriela. Se
quedó dudando en la puerta entreabierta de la habitación que poco iluminada no
le dejaba ver bien el espectáculo. Cuando su vista se acostumbró a la tenue luz
y distinguió las siluetas de su madre y la mía, sin mayor sorpresa dijo:
- mami... todo bien?.
- Patricia sin demasiadas explicaciones le contestó:
- sí, vé a tu cuarto que ya voy.
Pasó un tiempo en que me fumé un cigarrillo tranquilo y la puerta
se volvió a abrir. Patricia tenía una remera corta sin soutien y se había
cambiado la bombacha por una más pequeña y metida en la entrepierna. Gabriela,
llevaba un camisón corto de seda y aparentemente nada más debajo, ya que sus
firmes pezones se marcaban claramente y cuando caminaba, la entrepierna dejaba
adivinar la mata de pelo floreciente de su pubis. Se sentaron una a cada lado y
sin decir palabra Gabriela se acercó a mi boca y me besó suave y cálidamente.
Eso provocó en mí una mezcla de calentura y pasión inexplicables y por supuesta
le devolví el beso con mi lengua que rozaba sus dientes y labios. Patricia tomó
la mano de su hija y la puso suavemente encima de mi pija, como comenzando una
lección callada. Ante mi sorpresa Gabriela no dejó su mano quieta, todo lo
contrario, comenzó a explorar con sus dedos mi anatomía, acariciando los huevos
y acompañando el nuevo crecimiento de mi pija con una lenta masturbación. Con
su otra mano, levantó un poco el camisón y comenzó a frotarse la entrada de su
vagina lenta pero calientemente. Me dijo que quería aprender a
"besar" a un hombre y que su madre le ayudaría. Yo por supuesto
aceptaba todo calladamente mientras mi excitación era ahora mucho mayor que
unos minutos antes. Sin decir palabra, Patricia puso su boca en mi pene y sin
dejar de mirar a su hija iba sorbiéndome mientras Gabriela trataba de imitar
con su boca en el aire los sabios movimientos maternos. En un momento, Patricia
dejó lugar a su hija en la tarea, y la adolescente probó lo que iba aprendiendo.
Me chupó en una forma que no podría describir exactamente, porque era
terriblemente excitante ver su aspecto casi aniñado agachada sobre mi
entrepierna y sentir esos labios carnosos e inexpertos atrapando y mojando la
cabeza de mi pene con un leve roce de sus dientes, que todavía no sabía manejar
con destreza. Casi vuelvo a acabar pero me contuve y fue donde teniendo a mi
alcance el resto del cuerpo de Gabriela, me acomodé justo en su entrepierna en
un hermosos 69 y empecé a hacer lo mío. El aroma de la entrepierna de Gabriela
era indescriptiblemente hermoso y excitante. Virgen y mojada, su pelvis se
contraía en un movimiento leve pero armonioso buscando explotar en algún
momento. Para mi sorpresa dejó de mamarme y dijo casi con vergüenza:- necesito hacer
pichi.
Y se metió en el baño. Pasó un tiempo en que seguí jugando
con Patricia, que terminó el trabajo que Gabriela había dejado inconcluso, pero
más experimentada, sacó buena cantidad de leche a mi pija rápidamente y se la
tragó. Yo no podía dejar de pensar en Gabriela orinando en esos instantes, y
para colmo había dejado la puerta del baño entreabierta por lo que llegaba
claramente el ruido de sus líquidos cayendo en el water. Me levanté, y entré al
baño en el preciso momento en que Gabriela seguía sentada en el inodoro pero
tenía sus manos metidas en la entrepierna. Temerosa de terminar lo empezado en
la cama, había decidido ella misma provocarse un orgasmo masturbándose sentada
en el water.
Me acerque muy despacio y agarrándole con suavidad las manos
seguí con las mías los movimientos que había interrumpido, pasando mis dedos
muy suavemente por los bordes de la entrada a su rosada vagina hasta notar que
comenzaba a jadear con delicadeza primero y luego más rápido y ostensiblemente.
Aproveché ese momento para sentarme en el borde de la bañera y acercarla hasta
mí y hacerla sentar en mis rodillas mirando hacia la pared, para mitigar un
poco su vergüenza. Muy suavemente incliné su torso y en ese momento noté que
casi instintivamente ella buscaba con su concha mi verga que ya estaba otra vez
endurecida, aunque ya no con la firmeza de momentos antes. Entró fácilmente
hasta la cabeza por la misma lubricación de Gabriela, quien para este momento
ya estaba francamente entregada a disfrutar de ese doloroso placer. Besé su
cuello y su espalda para que se sintiera mejor, pero yo verdaderamente estaba
en la gloria. Cuando terminamos después de una acabada mía que sorprendió a
Gabriela por no haber sentido nunca antes esa sensación tibia dentro de su
conchita, nos quedamos abrazados unos minutos, hasta que Patricia entró
silenciosamente trayendo unas toallas y bebidas frías para los tres. Bebimos
callados, agotados y felices hasta que me levanté despacio y me vestí. Antes de
dejar el departamento le Pregunté a Patricia:
- Cuál era el problema de filtraciones en el 3º A.?
- Cuál era el problema de filtraciones en el 3º A.?
Ella sonrió cómplice y me dio un beso muy suave en la boca.
Detrás suyo apareció Gabriela que me miraba con cariño e imitó a su madre, pero
con un beso suave y caliente en la comisura de mis labios, muy cerca de la
boca. Sin decir más cerré la puerta y me fui con esas imágenes a mi casa donde
mi mujer ya dormía dado lo avanzado de la hora. Solamente se movió en la cama y
con voz adormilada preguntó:
- Cómo estuvo la reunión?
- Bien, verdaderamente muy bien. Dije y seguí repasando las
imágenes en mi mente hasta que agotado y feliz me quedé dormido.
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